Una de las características más notables del ser humano, es su curiosidad por entender cómo funciona el ambiente que lo rodea. Este rasgo lo podemos observar, en su forma más basal, en los infantes, los cuales hacen uso de todos sus sentidos para interactuar con el mundo exterior, desde usar las manos para sentir las texturas de los objetos, para luego llevárselos a la boca, o fijar y explorar con la vista un sonido que les llama la atención, etc. Al crecer, nuestra forma de relacionarnos con el ambiente cambia y las herramientas utilizadas se actualizan, lo que nos permite incrementar el rango de nuestros sentidos para analizar diversos fenómenos.
Una de estas herramientas es la acústica, rama de la física que estudia la producción, transmisión, control y recepción del sonido (incluyendo al infrasonido y al ultrasonido) a través de la materia. Dentro de este campo, se definen cuatro áreas generales: arte, ingeniería, ciencias de la tierra y ciencias de la vida, las cuales tienen sus propias subcategorías según la carrera y el aspecto que se quiera investigar (figura 1).

Figura 1: “Rueda acústica de Lindsay”, fuente Wikipedia commons.
Entre todas las subcategorías dentro de la rueda acústica de Lindsay, nos encontramos con la bioacústica, la cual se especializa en el estudio del sonido de los animales, abarcando la función de los mismos, la disposición del aparato fonador, las características del sonido, etc. Siendo que las señales acústicas son un medio importante de comunicación entre individuos de la misma especie, incluyendo la localización de presas o predadores, su estudio ha ayudado a fortalecer los campos de investigación ecológica, comportamental, taxonómica hasta el efecto de las actividades humanas en estas especies. Lo que la ha convertido en una excelente herramienta para la cuantificación y monitoreo de la biodiversidad.
Cabe destacar que, debido a las peculiaridades del grupo de interés, las estrategias de captura del sonido como su análisis van a diferir enormemente entre grupos, así como la sensibilidad del equipo. Por ejemplo, si el grupo de estudio son los cetáceos, el medio acuático requiere del uso de micrófonos sumergibles y con una sensibilidad mayor de la que se requiere para estudiar a los anuros en tierra firme. Lo mismo ocurre entre especies dónde el medio de propagación del sonido es el mismo, como los son el caso de las aves y los murciélagos.
Ambas especies no solo difieren en sus horas de actividad, sino en la frecuencia en la que realizan sus vocalizaciones, las aves vocalizan entre los 2 kHz a 7 kHz con un pico entre 1 kHz - 5 kHz, siendo el rango audible del ser humano de 20 Hz a 20 kHz, y los murciélagos vocalizan entre los 20 kHz hasta los 100 kHz, ya en el rango del ultrasonido (figura 2).

Figura 2: “Rangos audibles y de vocalización”, fuente Labster theory.
En los próximos artículos detallaremos en profundidad algunas de sus aplicaciones en estudios ecológicos y de conservación.